ESCRIBIR ES FÁCIL Y ESCRIBIR NO ES FÁCIL


Escribir puede ser un placer o una tortura. Este libro es un placer:




CASSANY, “I LOVE YOU”. CASSANY “I HATE YOU”.

Tras haber leído atentamente este libro, uno ya no sabe si utilizar frases subordinadas, que suelen aportar información ligada a la oración principal, o utilizar frases cortas. Parecidas a los versos de un poema. Como torrentes. Caudalosos. Rotundos. Me paro a pensar en los sustantivos y adjetivos que llevo hasta ahora. Nueve sustantivos y cinco adjetivos. Cassany se me aparece y me recuerda que marcando los primeros en rojo y los adjetivos en verde podremos saber cómo estamos redactando. En mi caso el color rojo dominaría y, para esto, el autor en su página 133, recomienda revisar la sintaxis siguiendo las indicaciones de la página 111.

Lo anterior puede parecer duro. Es durísimo. Es fantástico y aleccionador. La escritura, en cierto modo, puede ser analizada por el autor para ser mejorada, es decir, el autor puede mejorar su escritura con estas reglas. En esta última frase la voz pasiva natural es arrollada por el espíritu “Cassanyano” que la vuelve activa. La lucha entre lo que es correcto y lo que nace directamente de los adentros tienen un término medio de equilibrio. Un punto de confluencia entre la forma y el fondo que deben, ante todo, ser coherente, con sentido del ritmo y garante de proporcionar cierta facilidad para que el lector comprenda el mensaje.

Me encuentro ahora en una encrucijada. Todo lo que he aprendido me impulsa a gritar “Cassany, I love you”. Todas las carencias puestas de manifiestos me animan a lo contrario, a decirle a la cara “Cassany, I hate you”. Al fin y al cabo, reconocer las propias faltas no es más que reconocer que se está aprendiendo. Aquí dejaremos este cruce de caminos para tratar de continuar en la exploración de mi “yo redactor”.

En este sentido, siguiendo las indicaciones que se dan en esta actividad, trataré de hacer un decálogo con las cuestiones que personalmente debo mejorar. De las 10 reglas doradas, pocas son las virtudes que me atribuyo y que, por supuesto, son susceptibles de mejorar, y muchas son las guerras despiadadas conmigo mismo sobre cómo cocinar como el maestro Cassany.

  1. FRASES LARGAS. 
Reconozco que me gusta escribir frases cortas. No por alargarlas sin más. El motivo es que suelo documentarme bastante antes de realizar un trabajo. El máximo de palabras que suelen exigir en estos trabajos, de forma habitual, resulta escaso para explicar todo lo que he podido aprender. Entonces me pongo a escribir. A relacionar. Como si estuviera hablando.

Cuando termino releo. Veo donde están las pausas. Vuelvo a puntuar. Sobre todo las comas. Alguna vez se lo leo a mi mujer. Cuando  durante la lectura veo que su expresión es neutra, como si se hubiera perdido, paro. Anoto que ahí he tenido que explicar lo que decía y de nuevo al horno. Las frases largas me nacen. Entiendo que para informar y ser comprendido es mejor hacerlas cortas. Al grano. Con la información inprescindible.

No es fácil despojarse de este hábito. Lo estoy intentando desde que empecé este primer punto. Quizás lo esté consiguiendo pero me encuentro maniatado. Creo que la solución estará en encontrar el equilibrio entre el dinamismo de las frases cortas y el interiorismo que transmite un razonamiento más pausado. Reconozco mis contínuas frases largas como fallo. Ahora sólo queda practicar. Practicar la brevedad. Si encuentro la calidad ya tendré dos importantes ingredientes. Lo breve y bueno...

  1. CREATIVIDAD. 
Dejando atrás el valle de lágrimas sintácticas de las frases largas, debo reconocer que me considero una persona creativa. Si a esta virtud le sumamos la pasión por este Grado, el resultado puede ser bastante bueno. La creatividad me permite relacionar elementos pasados con presentes.

Hace unos días, realizando un trabajo de Historia de la Comunicación Social sobre la reforma y la contrarreforma lo ví claro. Lutero es el Assage de nuestros días y la imprenta fue nuestro internet. La postura de la Iglesia de entonces fue como La Noria de Tele5 en el caso de Pablo Herreros. Si no hubieran atacado tanto Lutero no habría sido tan publicitado.

Crear ideas sobre conceptos o situaciones cercanas me ayuda a comprenderlas y no olvidarlas. También favorece la comprensión del lector. Un ejemplo apropiado o la evocación de una imagen pueden sustituir muchas explicaciones.

En clase has comentado a veces de tu dedicación a asuntos relacionados con los juzgados e Interior. Muchos asuntos requieren infinidad de líneas pero, imagina este titular: “Urdangarín no coincide con el príncipe Felipe en el Hospital”. Inmediatamente surge la imagen de ambos. Se sugiere el trasfondo. Provoca el debate y, sobre todo, informa sin entrar en explicaciones abundantes.

  1. RELEER, REPOSAR Y RELEER.
Volvamos a la autoflagelación periodística. Hasta hace unas semanas, escribía, releía y corregía. Me fue bastante bien en las calificaciones el año pasado, pero he detectado algo que no me gusta. Al releer hace poco tiempo trabajos del curso anterior que podrían ayudarme en este, detecté un cierto amargor. “¿Por qué puse esto o aquello?” La respuesta de porque en su momento pensaba de esa manera no es suficiente. Posiblemente el texto necesitó de reposo.

A mi virtud de creatividad se le suele adherir la falta de calma. Las ideas son importantes, pero saber transmitirlas bien es vital.

Ahora mi método ha cambiado. Entre la escritura y la corrección más exhaustiva pasa una noche como mínimo. Funciona. Reconozco que ayuda a clarificar ideas, recortar tamaño de las frases y separar grano de paja.

  1. CONCRECIÓN. 
En este ámbito me muevo bien. Sobra lo que sobra y lo accesorio, por accesorio, sobra. Se responde a lo que se pregunta y se informa de lo que realmente es importante.
En este apartado tiene influencia mi labor como profesor de enseñanza secundaria. Los exámenes que pongo a mis alumnos son especiales. Cada pregunta lleva un rectángulo de un tamaño diferente. Acorde a cada pregunta. No se puede escribir nada fuera del rectángulo. Concreción (dirigida).

  1. ESTRUCTURA DE LA INFORMACIÓN.
Derivado de la aplicación del punto 3, Releer, Reposar y Releer, comencé a dosificar la información en un texto. Antes de empezar a enmendar este error, me limitaba a saber si durante la exposición se había respondido a lo preguntado, esto es, supervisaba mi concreción pero olvidaba la estructura de la información.

Con la “relectura”, señalando por parrafos la idea principal sobre lo que se quiere decir aumentan las posibilidades de detectar argumentos muy parecidos y repeticiones innecesarias. Un párrafo una idea.


Escribir frases largas también contribuía a mezclar ideas en el mismo párrafo de forma impulsiva. De esta forma, la simplificación de un determinado contenido, en un par de palabras, permite de un rápido vistazo comprobar el hilo argumental del texto y su evolución. Sería algo así como sintetizar los párrafos para contrastar su esencia y, en un paso posterior, analizar si el interés que despertamos en el lector irá de menor a mayor o a la inversa.

Con este sistema es fácil configurar el texto a modo de pirámide invertida cuando sea necesario.

  1. PLANIFICACIÓN DE LA TAREA.
En este punto coincido plenamente con el punto 7 del decálogo de Cassany. La tarea de escribir bien no se limita a sentarse delante de la pantalla y “soltar” lo que en ese momento viene a la mente. Necesita, en primer lugar, de una reflexión previa y predisposición. No es un trabajo mecánico. Hay que saber qué se quiere decir y cómo.

Personalmente, antes de comenzar a escribir, suelo anotar sobre el texto que nos proponen las ideas principales. Después las agrupo por bloques temáticos o de significado. Al final tengo varios apartados fundamentales que son el objeto de mis escritos.

Esto siempre lo he realizado de esta forma aunque, como ya he mencionado antes, la impulsividad al escribir hiciese que el resultado final no se correspondiera con el trabajo previo de documentación ni con la estructura más adecuada.

  1. NATURALMENTE LAS COMAS.
Las comas y los adverbios terminados en “–mente” son dos patas de un mismo problema: la subjetividad del autor.

Cassany aconseja que no se abuse de estos adverbios a menos que sean utilizados como marcadores textuales. El mismo autor señala que las comas son utilizadas para conferir efectos estilísticos y literarios especiales. En esta libertad de uso de los adverbios y las comas reside las dudas que, a menudo, en lugar de habitualmente, suelen presentárseme.

De nuevo la relectura ayuda a solventar errores. En voz alta se ataca el problema de las comas, los ritmos de respiración y el mantenimiento del hilo del mensaje. En voz baja se vislumbran aquellos adverbios que pueden sobrecargar nuestro texto (innecesariamente).

  1. PALABRAS EXACTAS Y APROPIADAS.
Las palabras deben cumplir la función principal de dar la información oportuna sin que quede espacio para la duda. A la concreción hay que sumarle la precisión. Las palabras deben ser como aquellas piedras que se ponían en último lugar en la fabricación de los arcos. A esa piedra última se le denominaba clave. Sobre ella reposaban las demás de forma que el arco quedara estable. Esta estabilidad y equilibrio recae en las palabras que escojamos.

Cada temática dispone de un vocabulario propio pero hay que ser precisos y pensar en el lector. Siguiendo el ejemplo anterior del arco, podría haber escrito, en lugar de piedra, dovela. Dovela es más preciso pero es muy probable que dicha precisión se nos vuelva en nuestra contra por exceso de exactitud. Si pensamos en nuestro lector, para este caso en particular un periodista y no un arquitecto, es necesario revisar las palabras y acertar con las apropiadas que no siempre son las palabras exactas.

  1. VER AL LECTOR.
Un texto tiene como primer fin ser leído. Tras esta lectura y durante este mismo proceso, la comprensión del mismo es un objetivo que nos debemos plantear a priori. De nada vale escribir si nadie nos entiende qué hemos querido decir.

Entre la labor de querer expresarse como uno quiera y escribir para llegar al lector debemos optar por la segunda. El esquema básico de la comunicación ejemplifica perfectamente lo dicho. Un receptor recibe el mensaje de un emisor en la medida que estén utilizando un mismo código. Como escritores debemos conocer qué código debemos manejar para no escribir en balde. Esto no supone disminuir ni la calidad ni el rigor de nuestro texto. Es, tan sólo, una forma de generosidad comunicativa. De nada vale saber muchísimo de un tema y escribirlo al más alto nivel si nuestros lectores son profanos en la materia.

Debemos llegar al lector. Que entienda lo que escribimos. Después podrá o no estar de acuerdo con lo leído pero, eso, ya es otra historia diferente.



  1. VERSE A UNO MISMO.
El ejercicio de la escritura no debe ser una tarea altruista en el sentido de procurar el bien ajeno, el del lector, a costa del propio, el escritor.

En el apartado anterior terminábamos con la necesidad de que nos entiendan. Las opiniones de los lectores, independientemente del carácter comprensivo del texto, deben ser ajenas a la escritura. La escritura debe, en muchas ocasiones si no en todas, satisfacer al que las realiza. Debemos vernos en ellas porque sólo así habrá un verdadero sentido de coherencia y honestidad entre lo que se piensa y lo que se escribe.

Uno debe reconocerse en sus escritos.


CONCLUSIÓN:

Durante la redacción de estas reglas he podido profundizar en lo fácil que es juntar palabras y lo difícil que es escribir bien.


Las 10 reglas suponen un muro complcado de escalar. Por este motivo, quizás deberíamos llamarlas “10 escalones”. Cada cual es libre de empezar subiendo aquellos que le resulten más cómodos para, poco a poco, encaminar su proceso de escritura hacia lo más alto. El orden en que deberían estar colocados los escalones, por orden de importancia, sería todavía más complicado que el haberlos creado. Cada lector es libre de establecer sus prioridades en este sentido, si bien, personalmente creo que el escalón noveno, Ver al lector, debería ser el primero.

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